La crisis en la provincia de Idlib, en el noroeste de Siria, ya de por sí una catástrofe humanitaria, también se está convirtiendo rápidamente en una geopolítica.
El conflicto en el país árabe ha tenido dos facetas: una guerra civil y una de poder, con varias partes externas que respaldan a diferentes campos para promover sus propios fines.
Ahora, cuando el combate en esta región llega a un punto crítico, estas dos facetas se están uniendo, creando un barril de pólvora, cuya explosión podría tener consecuencias profundas que rebasarían las fronteras de Medio Oriente.

Idlib es la última provincia siria que está en manos de una serie de grupos rebeldes.
En 2017, todo parecía indicar que Rusia e Irán -los principales patrocinadores del régimen sirio- y Turquía -defensor de algunos grupos rebeldes- habían llegado a un acuerdo que establecía que:
- Habría un alto el fuego en el área
- Todas las partes mantendrían algún tipo de presencia en la zona, en la espera de un acuerdo final
- Los rebeldes dejarían las armas
- Turquía comenzaría a instalar una docena de puestos de observación manejados por sus propias tropas
- Y un futuro negociado sería buscado
¿Se trató todo de un verdadero camino a seguir o simplemente de una táctica cínica pactada por los tres países para ganar tiempo?
Es difícil de decir. Pero la renovada ofensiva del gobierno sirio en Idlib, respaldada por la fuerza aérea rusa y agentes iraníes en el terreno, ha acabado con cualquier esperanza por alcanzar un acuerdo.
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